Vivimos en un mundo globalizado donde los actores y los modos de intervención se han tornado múltiples. Da la sensación de que se está abriendo pasos, a codazos, una nueva generación que reclama un espacio en la construcción de lo público y reivindica el derecho a soñar el futuro en plural.
La democracia representativa está mostrando sus límites y las reivindicaciones de mayor participación nos llevan a la constatación de la necesidad de construir un nuevo espacio público desde todos los sectores de la sociedad. Los movimientos sociales, llamados “post – materialistas” por defender este tipo de valores, se han encargado de poner en la agenda de todos la necesidad de revisar nuestro modelo de desarrollo, nuestro modelo de ciudad; de cuestionar las políticas del agua, de exigir políticas ambientales dignas de tal nombre; de recordar que queda mucho por hacer para lograr la efectiva igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres; de clamar ante un desorden internacional que basa el bienestar de unos en la dominación de otros… y un largo etcétera de asuntos que, desde la sociedad civil, llegan todos los días a los medios de comunicación y a las mesas de los que deciden y ponen en marcha políticas públicas.
Esta apuesta social por la participación y la articulación de propuestas conlleva también una mayor exigencia, desde la ciudadanía, hacia los poderes públicos: en este comienzo de siglo no nos contentamos con ir a votar cada cuatro años, ni nos creemos del todo lo que cuentan unos y otros. La construcción del nuevo espacio público cuenta con actores cada vez más formados, más críticos, con más cauces de información y comunicación a su alcance, que reclaman del representante público algo más que una mera gestión de eventos y servicios: reivindican participar en la construcción de un sueño colectivo, exigen transparencia, ética y buen gobierno en la construcción de una nueva idea de gobernabilidad donde todos los actores se reconozcan. Claman, en definitiva, por recuperar la ilusión de lo que es de todos y todas.
En este contexto, nos encontramos con una Zaragoza que inaugura el siglo XXI en plena transformación urbanística, social y cultural. Una Zaragoza que se encuentra en el límite entre seguir siendo la ciudad amable y habitable que ha sabido adaptarse a la modernidad entendiendo lo que supone la sostenibilidad, o por el contrario, cruzar la línea hacia la megalópolis insostenible que todo lo engulle.
Cuando desde Chunta Aragonesista se me ofreció, con la generosidad que implica esta decisión por parte del conjunto de la militancia, la posibilidad de acudir a estas elecciones en la candidatura al Ayuntamiento de Zaragoza, se me brindaba la oportunidad de contribuir a este apasionante momento de mi ciudad con un proyecto y un equipo capaz, comprometido con su sociedad y con su tiempo, y por encima de todo, honesto. Honesto consigo mismo, con su programa y con un modelo de ciudad sostenible que tiene por objetivo garantizar la calidad de vida de sus habitantes.
A lo largo de mi vida he participado en el movimiento vecinal, en el ámbito ecologista, en defensa de una Nueva Cultura del Agua, y he colaborado con diferentes entidades del tejido social, en lo que se ha venido en llamar “el tercer sector”. Ahora, aceptar el reto que supone formar parte del Ayuntamiento de mi ciudad los próximos cuatro años, es una cuestión de coherencia con toda esta trayectoria.
Efectivamente, la política con mayúsculas, esa que consiste en soñar colectivamente y en llegar a acuerdos mediante la palabra, se hace desde muchos escenarios, con responsabilidades distintas, pero totalmente interdependientes unas de otras.
Trasladar el bagaje y el aprendizaje que supone el trabajo en el tejido social y en los movimientos sociales para trabajar desde lo institucional creo que es un reto interesante en lo personal y en lo político. Si a esto le unes un proyecto político de excelencia, una apuesta colectiva por la honestidad, las buenas prácticas y la transparencia, la firme voluntad de soñar juntos el futuro de Zaragoza y un excelente equipo humano, estoy segura de que seremos capaces de conseguir uno de los mayores retos de cualquiera que aspire a ostentar una responsabilidad pública: ilusionar, emocionar y enamorar con nuestras propuestas. Sólo así podremos construir la Política con mayúsculas que necesita la Zaragoza del siglo XXI.
La democracia representativa está mostrando sus límites y las reivindicaciones de mayor participación nos llevan a la constatación de la necesidad de construir un nuevo espacio público desde todos los sectores de la sociedad. Los movimientos sociales, llamados “post – materialistas” por defender este tipo de valores, se han encargado de poner en la agenda de todos la necesidad de revisar nuestro modelo de desarrollo, nuestro modelo de ciudad; de cuestionar las políticas del agua, de exigir políticas ambientales dignas de tal nombre; de recordar que queda mucho por hacer para lograr la efectiva igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres; de clamar ante un desorden internacional que basa el bienestar de unos en la dominación de otros… y un largo etcétera de asuntos que, desde la sociedad civil, llegan todos los días a los medios de comunicación y a las mesas de los que deciden y ponen en marcha políticas públicas.
Esta apuesta social por la participación y la articulación de propuestas conlleva también una mayor exigencia, desde la ciudadanía, hacia los poderes públicos: en este comienzo de siglo no nos contentamos con ir a votar cada cuatro años, ni nos creemos del todo lo que cuentan unos y otros. La construcción del nuevo espacio público cuenta con actores cada vez más formados, más críticos, con más cauces de información y comunicación a su alcance, que reclaman del representante público algo más que una mera gestión de eventos y servicios: reivindican participar en la construcción de un sueño colectivo, exigen transparencia, ética y buen gobierno en la construcción de una nueva idea de gobernabilidad donde todos los actores se reconozcan. Claman, en definitiva, por recuperar la ilusión de lo que es de todos y todas.
En este contexto, nos encontramos con una Zaragoza que inaugura el siglo XXI en plena transformación urbanística, social y cultural. Una Zaragoza que se encuentra en el límite entre seguir siendo la ciudad amable y habitable que ha sabido adaptarse a la modernidad entendiendo lo que supone la sostenibilidad, o por el contrario, cruzar la línea hacia la megalópolis insostenible que todo lo engulle.
Cuando desde Chunta Aragonesista se me ofreció, con la generosidad que implica esta decisión por parte del conjunto de la militancia, la posibilidad de acudir a estas elecciones en la candidatura al Ayuntamiento de Zaragoza, se me brindaba la oportunidad de contribuir a este apasionante momento de mi ciudad con un proyecto y un equipo capaz, comprometido con su sociedad y con su tiempo, y por encima de todo, honesto. Honesto consigo mismo, con su programa y con un modelo de ciudad sostenible que tiene por objetivo garantizar la calidad de vida de sus habitantes.
A lo largo de mi vida he participado en el movimiento vecinal, en el ámbito ecologista, en defensa de una Nueva Cultura del Agua, y he colaborado con diferentes entidades del tejido social, en lo que se ha venido en llamar “el tercer sector”. Ahora, aceptar el reto que supone formar parte del Ayuntamiento de mi ciudad los próximos cuatro años, es una cuestión de coherencia con toda esta trayectoria.
Efectivamente, la política con mayúsculas, esa que consiste en soñar colectivamente y en llegar a acuerdos mediante la palabra, se hace desde muchos escenarios, con responsabilidades distintas, pero totalmente interdependientes unas de otras.
Trasladar el bagaje y el aprendizaje que supone el trabajo en el tejido social y en los movimientos sociales para trabajar desde lo institucional creo que es un reto interesante en lo personal y en lo político. Si a esto le unes un proyecto político de excelencia, una apuesta colectiva por la honestidad, las buenas prácticas y la transparencia, la firme voluntad de soñar juntos el futuro de Zaragoza y un excelente equipo humano, estoy segura de que seremos capaces de conseguir uno de los mayores retos de cualquiera que aspire a ostentar una responsabilidad pública: ilusionar, emocionar y enamorar con nuestras propuestas. Sólo así podremos construir la Política con mayúsculas que necesita la Zaragoza del siglo XXI.