Por una Cultura de la Paz y en Defensa del Territorio: OTAN NO
Cristina Monge Lasierra
Politóloga. Candidata de Chunta Aragonesista (CHA) al Ayuntamiento de Zaragoza.
Releo un viejo libro de Relaciones Internacionales y, a la vista de los debates que se están generando sobre la posible instalación de una base de la OTAN en Zaragoza, siento la tentación de desarrollar un análisis detallado de los motivos que llevaron a su creación, configuración, actuaciones y reformas. No es el momento ni el sitio, obviamente, aunque quizá así nos evitáramos oír algunas de las argumentaciones con las que nos topamos últimamente. Y es que no puedo dejar de recordar que la Organización del Tratado del Atlántico Norte fue la estructura que sirvió de base a EEUU para desarrollar su política exterior en un momento de guerra fría y de todo vale contra el comunismo, en nombre de una supuesta defensa de la democracia “proclamada” y “defendida” por los mismos que hoy siguen aplicando la pena de muerte, violando los Derechos Humanos, los mismos que han provocado tragedias internacionales como la guerra de Irak y, en definitiva, los mismos que nos siguen poniendo el corazón en un puño cada vez que deciden salvar el mundo. Máxime, si pretenden hacernos cómplices.
Tampoco es el momento de ahondar en la política exterior norteamericana, pero sí es necesario señalar que la desaparición del bloque del Este, entre otros acontecimientos, ha dibujado un “nuevo orden internacional” que, lejos de apostar por reforzar el Sistema de Naciones Unidas, el multilateralismo y la cooperación internacional, sigue fundamentándose en la hegemonía de EEUU y en la defensa de sus intereses geoestratégicos. En este escenario, la OTAN juega un papel fundamental. “No es lo que era”, dicen sus defensores. Por supuesto, ¿pero eso supone que es mejor?, ¿eso quiere decir que ha dejado de ser el baluarte del militarismo y de una concepción de la relaciones internaciones desde la dominación?. Obviamente, no: la OTAN ha cambiado, por supuesto, como cambia el mundo; aparecen nuevos actores internacionales, aumenta la interdependencia y comenzamos a hablar de globalización, los intercambios son mayores, las amenazas también… pero la OTAN sigue sirviendo a los mismos intereses que servía y defendiendo los mismos valores sobre los que fue construida. Y lo que es peor: ha demostrado, ocasión tras ocasión, su estrepitoso fracaso en la búsqueda de un mundo más justo y en paz desde la máxima de “si quieres la paz, prepara la guerra”. Si alguien tiene alguna duda, basta con acudir a las hemerotecas.
Pero es que además, en Aragón, y en concreto en Zaragoza, llueve sobre mojado: Zaragoza cuenta ya con la experiencia de haber albergado una base norteamericana y tiene, todavía, más de un tercio del término municipal dedicado a instalaciones militares.
Los años de base norteamericana dieron para mucho: pusieron a Zaragoza en el mapa del militarismo internacional, sirvieron para comprobar las servidumbres que una instalación como ésta genera en cualquier ciudad, cortaron –y ahí seguimos– el desarrollo del aeropuerto y las infraestructuras necesarias para hacer realidad la idea de Zaragoza como centro logístico de primera magnitud… pero también sirvieron para articular un movimiento ciudadano, profundamente pacifista, que supo unir voluntades para construir una cultura de la paz y defender el territorio, su territorio. No es casualidad, por lo tanto, que Zaragoza haya sido cuna y referente del movimiento antimilitarista o que hoy contemos con centros de investigación pioneros e internacionalmente reconocidos, como la Fundación Seminario de Investigación para la Paz. Como tampoco es casualidad la declaración de Zaragoza como “ciudad de la paz”.
Hoy, 20 años después de aquellas movilizaciones, los que por motivos de edad tan sólo llegamos a los últimos coletazos de ese movimiento por la paz, asistimos atónitos y atónitas a la propuesta de que Zaragoza albergue el Sistema de Vigilancia Terrestre de la OTAN. Máxime, si se piensa que esta propuesta se realiza en uno de los momentos más apasionantes que la ciudad ha tenido en mucho tiempo: La Zaragoza del siglo XXI aspira a hacer realidad la vieja idea del cruce de caminos desarrollando todas las potencialidades en el ámbito de la logística; pretende convertirse en centro de la gestión del conocimiento, y cómo no… le ha dicho al mundo que asume el compromiso que supone la organización de una Exposición Internacional bajo el lema “Agua y desarrollo sostenible”.
En este contexto, la propuesta de que Zaragoza acoja instalaciones de la OTAN no sólo no aporta valor añadido a la ciudad, sino que pone en tela de juicio la viabilidad de otros proyectos: ¿cómo se desarrollarán las infraestructuras de comunicaciones sin el nudo central que supone un aeropuerto civil capaz de dinamizar los flujos de mercancías y pasajeros?, ¿cómo se atraerán nuevas inversiones empresariales con el factor de inseguridad y amenaza permanente que supone tener una instalación de la OTAN en la ciudad?
Las servidumbres, como se han descrito, son muchas: ocupación del terreno, utilización de infraestructuras, serios problemas ambientales como el ruido -puestos ya de manifiesto por los vecinos más cercanos a las instalaciones- y, sobre todo, la hipoteca de no poder decidir qué hacer con un territorio que en lugar de estar al servicio de la ciudadanía se pone a disposición de una organización militar.
Pero tampoco podemos olvidarnos de lo simbólico: al final, las ciudades, como tantas otras cosas, son conocidas por símbolos que reflejan lo que la ciudad quiere decir de sí misma. Zaragoza ha dicho que quiere contarle al mundo su apuesta por el desarrollo sostenible en relación a la política del agua y mucho me temo que esto es incompatible con volver a poner a la ciudad en el mapa del conflicto bélico internacional.
Si Zaragoza quiere seguir siendo Ciudad de la Paz, tiene que saber decir que no a regalos envenenados que no sólo no compensan viejos agravios, sino que hipotecan gravemente su futuro y la construcción de un territorio al servicio de la ciudadanía y de su calidad de vida.
Cristina Monge Lasierra
Politóloga. Candidata de Chunta Aragonesista (CHA) al Ayuntamiento de Zaragoza.
Releo un viejo libro de Relaciones Internacionales y, a la vista de los debates que se están generando sobre la posible instalación de una base de la OTAN en Zaragoza, siento la tentación de desarrollar un análisis detallado de los motivos que llevaron a su creación, configuración, actuaciones y reformas. No es el momento ni el sitio, obviamente, aunque quizá así nos evitáramos oír algunas de las argumentaciones con las que nos topamos últimamente. Y es que no puedo dejar de recordar que la Organización del Tratado del Atlántico Norte fue la estructura que sirvió de base a EEUU para desarrollar su política exterior en un momento de guerra fría y de todo vale contra el comunismo, en nombre de una supuesta defensa de la democracia “proclamada” y “defendida” por los mismos que hoy siguen aplicando la pena de muerte, violando los Derechos Humanos, los mismos que han provocado tragedias internacionales como la guerra de Irak y, en definitiva, los mismos que nos siguen poniendo el corazón en un puño cada vez que deciden salvar el mundo. Máxime, si pretenden hacernos cómplices.
Tampoco es el momento de ahondar en la política exterior norteamericana, pero sí es necesario señalar que la desaparición del bloque del Este, entre otros acontecimientos, ha dibujado un “nuevo orden internacional” que, lejos de apostar por reforzar el Sistema de Naciones Unidas, el multilateralismo y la cooperación internacional, sigue fundamentándose en la hegemonía de EEUU y en la defensa de sus intereses geoestratégicos. En este escenario, la OTAN juega un papel fundamental. “No es lo que era”, dicen sus defensores. Por supuesto, ¿pero eso supone que es mejor?, ¿eso quiere decir que ha dejado de ser el baluarte del militarismo y de una concepción de la relaciones internaciones desde la dominación?. Obviamente, no: la OTAN ha cambiado, por supuesto, como cambia el mundo; aparecen nuevos actores internacionales, aumenta la interdependencia y comenzamos a hablar de globalización, los intercambios son mayores, las amenazas también… pero la OTAN sigue sirviendo a los mismos intereses que servía y defendiendo los mismos valores sobre los que fue construida. Y lo que es peor: ha demostrado, ocasión tras ocasión, su estrepitoso fracaso en la búsqueda de un mundo más justo y en paz desde la máxima de “si quieres la paz, prepara la guerra”. Si alguien tiene alguna duda, basta con acudir a las hemerotecas.
Pero es que además, en Aragón, y en concreto en Zaragoza, llueve sobre mojado: Zaragoza cuenta ya con la experiencia de haber albergado una base norteamericana y tiene, todavía, más de un tercio del término municipal dedicado a instalaciones militares.
Los años de base norteamericana dieron para mucho: pusieron a Zaragoza en el mapa del militarismo internacional, sirvieron para comprobar las servidumbres que una instalación como ésta genera en cualquier ciudad, cortaron –y ahí seguimos– el desarrollo del aeropuerto y las infraestructuras necesarias para hacer realidad la idea de Zaragoza como centro logístico de primera magnitud… pero también sirvieron para articular un movimiento ciudadano, profundamente pacifista, que supo unir voluntades para construir una cultura de la paz y defender el territorio, su territorio. No es casualidad, por lo tanto, que Zaragoza haya sido cuna y referente del movimiento antimilitarista o que hoy contemos con centros de investigación pioneros e internacionalmente reconocidos, como la Fundación Seminario de Investigación para la Paz. Como tampoco es casualidad la declaración de Zaragoza como “ciudad de la paz”.
Hoy, 20 años después de aquellas movilizaciones, los que por motivos de edad tan sólo llegamos a los últimos coletazos de ese movimiento por la paz, asistimos atónitos y atónitas a la propuesta de que Zaragoza albergue el Sistema de Vigilancia Terrestre de la OTAN. Máxime, si se piensa que esta propuesta se realiza en uno de los momentos más apasionantes que la ciudad ha tenido en mucho tiempo: La Zaragoza del siglo XXI aspira a hacer realidad la vieja idea del cruce de caminos desarrollando todas las potencialidades en el ámbito de la logística; pretende convertirse en centro de la gestión del conocimiento, y cómo no… le ha dicho al mundo que asume el compromiso que supone la organización de una Exposición Internacional bajo el lema “Agua y desarrollo sostenible”.
En este contexto, la propuesta de que Zaragoza acoja instalaciones de la OTAN no sólo no aporta valor añadido a la ciudad, sino que pone en tela de juicio la viabilidad de otros proyectos: ¿cómo se desarrollarán las infraestructuras de comunicaciones sin el nudo central que supone un aeropuerto civil capaz de dinamizar los flujos de mercancías y pasajeros?, ¿cómo se atraerán nuevas inversiones empresariales con el factor de inseguridad y amenaza permanente que supone tener una instalación de la OTAN en la ciudad?
Las servidumbres, como se han descrito, son muchas: ocupación del terreno, utilización de infraestructuras, serios problemas ambientales como el ruido -puestos ya de manifiesto por los vecinos más cercanos a las instalaciones- y, sobre todo, la hipoteca de no poder decidir qué hacer con un territorio que en lugar de estar al servicio de la ciudadanía se pone a disposición de una organización militar.
Pero tampoco podemos olvidarnos de lo simbólico: al final, las ciudades, como tantas otras cosas, son conocidas por símbolos que reflejan lo que la ciudad quiere decir de sí misma. Zaragoza ha dicho que quiere contarle al mundo su apuesta por el desarrollo sostenible en relación a la política del agua y mucho me temo que esto es incompatible con volver a poner a la ciudad en el mapa del conflicto bélico internacional.
Si Zaragoza quiere seguir siendo Ciudad de la Paz, tiene que saber decir que no a regalos envenenados que no sólo no compensan viejos agravios, sino que hipotecan gravemente su futuro y la construcción de un territorio al servicio de la ciudadanía y de su calidad de vida.
2 comentarios:
Muy bueno tu blog. Ya tardabas en lanzarte a las blogosfera. Bienvenida. Besos
Gracias, Chesús. Iremos compartiendo reflexiones por este medio,
Cris.
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